Discurso de grados 2022 - D. José María Maya
COLEGIO SAN IGNACIO DE LOYOLA
CEREMONIA DE GRADUACIÓN BACHILLERES 2022
Padre Carlos Eduardo Correa, S.J., rector del Colegio
Miembros de la Mesa Directiva
Docentes
Padres de familia
Graduandos
Señoras y señores.
El acto de graduación es un momento central en la vida del colegio. En él, la Institución certifica ante la sociedad, que un grupo de estudiantes tiene los conocimientos, aptitudes, habilidades y destrezas necesarias para continuar con estudios universitarios, formándose en una disciplina acorde con su vocación, aptitudes e intereses personales, académicos y científicos y que han tenidos una formación integral que los habilita para interactuar como seres humanos de bien y ciudadanos comprometidos con el devenir de su país y región. Implica para el graduando el asumir responsable y conscientemente el permanente papel de autoformarse, de seguir en la búsqueda y apropiación de nuevos conocimientos y experiencias y de comprometerse en un proceso de mejoramiento permanente como ser humano, que le posibilite el disfrute de momentos de felicidad y la realización a cabalidad de su proyecto de vida.
Hoy, en nombre del Colegio San Ignacio de Loyola y por deferencia del Padre Rector, les haré unas reflexiones a manera de última lección, como legado de la Institución, antes de que reciban el título de bachiller Ignaciano, esperando que, en el futuro, como egresados de tan benemérita institución, se mantengan en permanente contacto con ella, se sientan orgullosos de la formación recibida y estén dispuestos a colaborarle para que crezca y se proyecte en la sociedad.
Los hombres y mujeres de las sociedades contemporáneas, decía el psiquiatra Viktor Frankl, sufren profundamente por falta de sentido, por falta de claridad en sus vidas y porque no encuentran una razón profunda para vivir. No saben cómo vivir, ni cómo morir y se dejan enredar en una maraña de actividades, que los ahoga. Adquieren múltiples destrezas para desempeñarse como artesanos, técnicos, tecnólogos, profesionales, científicos o políticos, pero no aprenden a vivir. El colegio y luego la universidad, deben ser espacios que refuercen o permitan adquirir habilidades para la vida, a partir de la socialización primaria que da la familia y la educación básica.
Por esta razón, esbozaré unas reflexiones acerca de las relaciones vitales del ser humano, en el convencimiento que la característica antropológica fundamental de este es su capacidad relacional: el ser humano posee cuatro relaciones vitales que le permiten su plena realización en la vida, si logra convertirlas en esenciales. Si estas ideas estimulan un pensamiento de crecimiento personal y de acercamiento al disfrute de la paz interior, de la felicidad y a luchar por sacar adelante un proyecto de vida profundamente humano, el Colegio San Ignacio habrá cumplido nuevamente su misión, al propiciar aún en su grado, una formación integral para toda su comunidad educativa.
Como seres humanos no somos realidades terminadas, sino fundamentalmente un proceso para darnos una identidad y un rostro que refleje lo humano. Los seres humanos tenemos la obligación, con nosotros mismos, de recorrer bien el itinerario existencial de nuestra autorrealización. No podemos renunciar. Vivir a plenitud es asumir nuestra vida como un proyecto y caminar hacia la realización personal, buscando encontrarle un profundo sentido a la vida y lograr cada día ser felices. Es entender que somos responsables de nuestra felicidad y, solidariamente, de ayudar a otros a vivir mejor. Es tener claro que nadie nos motiva, ni nos hace felices. Son fenómenos interiores de los que somos responsables.
Las relaciones vitales que los seres humanos debemos convertir en esenciales si queremos vivir bien, son cuatro:
1. Con los seres vivos de la naturaleza y los objetos.
2. Con los otros seres humanos.
3. Con el misterio de nuestro ser y el sentido de nuestra vida.
4. Con El Absoluto.
La primera relación vital es con los seres de la naturaleza y los objetos materiales. Los dos elementos primordiales de esta relación son: respeto y libertad. Respeto por los otros seres de la naturaleza, los seres vivos, buscando mantener la armonía del universo. Los seres humanos respetaremos la vida humana, si hemos aprendido a valorar la vida en cualquiera de sus manifestaciones. Este respeto por la vida es el fundamento de la supervivencia de nuestra especie. Y hoy más que nunca, debemos recalcarlo. Debemos abandonar la idea de que somos los reyes de la naturaleza y que los otros seres vivos están para nuestro usufructo y disfrute. Somos la especie más evolucionada del proceso evolutivo, al tener una corteza cerebral que nos permite pensar y amar y, por ello, somos responsables de las otras especies a las que debemos proteger y respetar su entorno, para que no desaparezcan de la faz de la tierra.
Libertad es decir no dejarnos esclavizar por los objetos, ni por las ideologías, ni por mitos. En una sociedad consumista como la occidental, debemos recordar que los objetos, las cosas, el dinero deben servirnos para nuestro bienestar, crecimiento personal y para el desarrollo de nuestra sociedad, pero no debemos permitir que nos esclavicen, no podemos fundar en ellos la posibilidad de ser felices. Nunca el desarrollo científico y tecnológico ni la acumulación de dinero, bienes y servicios traerá, por sí mismo, felicidad. En la medida que aprendamos a vivir, como dice Anthony de Mello, ligeros de equipaje, podemos acercarnos al verdadero disfrute de la vida. El ser humano debe trascender su propia estructura corporal y su propio espacio, de lo contrario, será profundamente infeliz en medio de la abundancia.
La segunda relación vital del ser humano es con los otros, sus congéneres y la sociedad. El ser humano es un ser con los otros, nadie puede vivir sin la ayuda de los demás. Los otros, para quien aprenda a vivir bien esta relación, no son oponentes, son compañeros de viaje. Implica el aprendizaje de la convivencia en medio de la diversidad. La aceptación de la diferencia en su riqueza y en su posibilidad de crecimiento, a la vez que en su dificultad. Ser diferentes hace más rica la vida, más llena de posibilidades.
Esta relación con los otros, cuando superamos el estadio convencional en el desarrollo de nuestro criterio ético, implica la solidaridad y la comprensión en lo profundo de nuestro ser, que todo lo que hacemos a los otros, nos lo hacemos a nosotros mismos, porque en la vida todo actúa como un boomerang. Implica no hacer daño, respeto por su autonomía, solidaridad, hacer el bien y practicar la justicia.
La tercera relación vital es con el misterio de nuestro ser y el sentido de nuestra vida. El ser humano, cuando asume la radicalidad de esta relación, toma conciencia de que su vida es una tensión permanente hacia la plenitud, lo cual lo obliga a buscar una respuesta a ese gran interrogante: ¿es así como quiero mi vida? Todos los seres humanos nos hacemos esta pregunta en algún momento de la vida. La tragedia no es que la vida sea corta, sino que a menudo comprendemos demasiado tarde lo que es realmente importante, lo que da sentido a nuestra existencia.
La intranquilidad arraigada en lo más profundo del ser humano, muestra que existe un problema de verdadera importancia en la vida: el problema relativo al sentido de esta, al valor de la existencia, a la escala de valores que debe acompañar nuestro pensamiento y actuación diaria. Ya decía Albert Camus: “Perder la vida es poca cosa y no faltaría valor cuando sea necesario. Pero ver cómo desaparece el sentido de la vida, la razón de nuestra existencia, es insoportable. No se puede vivir sin razón”. Un adecuado manejo de esta vital relación implica: tomar conciencia de sí mismo, hacer altos en el camino, mirar hacia adentro, proponerse ser feliz y comprometerse con causas de beneficio común.
La cuarta relación vital: con El Absoluto, con la trascendencia. En el ser humano hay un ansia de infinito, siendo la experiencia de la trascendencia fruto de la plenitud de la vida personal. En la vivencia profunda de valores humanizantes, el ser humano trasciende la propia realidad y se abre a la perfección, se proyecta, empieza a vivir en medio de la conciencia de la humanidad y allí va encontrando su felicidad, es decir, paz interior, como dice el Dalai Lama, abriéndose a la plenitud de la perfección donde tiene lugar el encuentro con el absoluto, con Dios. Es un encuentro donde se abre al infinito de posibilidades, superando las limitaciones de su propia estructura corporal y de su visión limitada del mundo.
El ser humano que avanza progresivamente en esta relación, aprende a respetar profundamente a los otros, desecha todo intento de dominio de los demás, porque comprende que su visión es limitada, que la verdad es un deber ser, una realidad que luchamos por alcanzar, que los fundamentalismos son fanatismos que nos alejan de la verdad y que, al ser supremo, cualquiera sea su nombre (Alá, Yahvé, Dios, Jehová, etc.), se llega por muchos caminos, si se está abierto a la trascendencia con sencillez y sincero corazón. En esta relación, se lleva a su más alta dimensión la libertad humana.
La finalidad de la vida, estimados jóvenes graduandos del Colegio San Ignacio, es realizarnos a plenitud como fruto de la profundización de nuestras relaciones vitales. El ser humano que se toma en serio a sí mismo, busca cada día crecer con profundidad y calidad estas relaciones, porque sabe que está en juego lo más precioso de su propia vida: su felicidad. El ser humano necesita dotar de significado su vida personal. El tener claro sentido del significado y propósito de la vida, nos dará la motivación, el optimismo y la fuerza necesaria para avanzar en una vida de calidad.
El Colegio San Ignacio hoy, por mi intermedio, quiere darles este último mensaje: sean muy buenos seres humanos y luchen por ser felices, cualificando su entorno; solo así, su Colegio sentirá que cumplió a cabalidad su misión formadora de hombres y mujeres libres, buenos ciudadanos, gente de bien y seres humanos que se hacen felices en la búsqueda de la realización de su propio proyecto personal. Sean altruistas, es una oportunidad para crear significado en la vida, porque como decía Elizabeth Kubler Ross: “las mejores satisfacciones en la vida, provienen de abrir el corazón a las personas necesitadas y la mayor felicidad consiste en ayudar a los demás”. Conságrense a una causa con significado. Eleva al individuo por encima de su propio nivel. El altruismo, el dedicarnos a una causa de servicio a los demás, es un poderoso antídoto contra la falta de sentido vital.
Cuando la persona se va sintiendo realizada en su proyecto de vida, ya no se preocupa por cuidar a los demás o involucrarse en metas que trascienden a su propio yo.
Termino con dos fragmentos de una carta que un prisionero de los campos de concentración nazi le escribe a su profesor después de ser liberado:
“Querido profesor:
Soy un sobreviviente de un campo de concentración. Mis ojos vieron lo que ningún ser humano debería testimoniar: cámaras de gas construidas por ingenieros ilustres, niños envenenados por médicos altamente especializados, recién nacidos asesinados por enfermeras diplomadas, mujeres y bebés quemados por gente formada en escuelas, liceos y universidades…”.
“… Por eso, querido profesor, dudo de la educación y le formulo un pedido: ayude a sus estudiantes a volverse humanos. Su esfuerzo, profesor, nunca debe producir monstruos eruditos y cultos, psicópatas y Eichmans educados. Leer y escribir son importantes solamente si están al servicio de hacer a nuestros jóvenes seres más humanos”.
Ustedes, jóvenes, el próximo año iniciarán el estudio de su carrera universitaria, adquirirán muchos y útiles conocimientos, pero recuerden que ellos no los harán más humanos, serán herramientas que deben utilizar para servir a los demás y ser felices. La principal decisión que deben tomar y acrecentar cada día es ser mejores seres humanos, avanzar en la humanización de su vida y su sociedad y encontrar en el servicio a los demás, una razón para ser felices para que, al final de su vida, puedan decir “confieso que he vivido a plenitud, he sido feliz y he dejado una profunda y humana huella en todos los espacios de mi vida”. Sean cultos y adquieran conocimiento y maestría técnica en distintas áreas, pero, sobre todo, sean buenos seres humanos, la cultura y el conocimiento no los hace, per se, desarrollar un alto sentido de humanidad y de compromiso con lo humano. Esto solo se logra con una decisión personal basada en valores, que ilumine el actuar diario en todos los espacios de su vida.
De corazón, les deseo muchos éxitos en tan valiosa tarea de vida que les espera.
Muchas gracias.
José María Maya Mejía, M.D.
Medellín, diciembre 2 de 2022